Siempre me he considerado un tipo activo y animado que pensaba que las depresiones no eran más que una invención de la mente o simplemente un cuento de las personas débiles de espíritu para conseguir una paga o simplemente una baja temporal en el trabajo. Nada más lejos de la realidad. Me cercioré de ello cuando me tocó vivir la experiencia personalmente debido a un cúmulo de situaciones contiguas en un periodo de dos años aproximadamente.

Falleció mi madre y me dio por ir a los bares para buscar consuelo en el alcohol y ya se sabe que las penas flotan, no se ahogan. Lo único que conseguí fue alcoholizarme y tener un accidente con el coche que quedó siniestro total. Al dar positivo en el test de alcoholemia el seguro no se hizo responsable, así que perdí el coche, el carnet por un año y seis puntos. Solamente gané una multa considerable y en consecuencia la separación de mi pareja sentimental. Poco después hubo que sacrificar por torsión de estómago con doce años a mi compañero canino al que crié desde los dos meses.

Mi hijo se había emancipado hacia tiempo y mi hija se juntó con un chico que no me gustaba por su forma de ser, pues sólo demostraba interés por fumar marihuana. Al decirle que no le interesaba como pareja, empaquetó sus cosas y se fue a vivir con él, encontrándome solo de repente. Me dio por buscar nuevos aliados para superar mi soledad (cocaína, LSD, setas alucinógenas, éxtasis) aparte de los porros que ya fumaba y aumentar las dosis de bebida. Sucumbí cada vez mas profundamente en mi depresión sin hallar ni querer buscar remedio para ello.

Gracias a mi hija que me convenció de que si demostraba interés, aún tenía posibilidades de recuperar la relación con mi ex-pareja. Dejé de beber tras pedir ayuda en el centro Delta. Al llegar cinco minutos tarde tuve que esperar en la cola quince minutos para que el doctor dijera que no me iba a atender, que hubiese tolerado un retraso máximo de diez minutos. Me dejé llevar por la rabia y tras increparle que sólo habían sido cinco, más los quince de la espera, argumentó que ya había hecho pasar a otro paciente y que pidiera cita para otro día. Le contesté que si esa era la ayuda que me brindaba, no la necesitaba y por mi orgullo al llegar al barrio lleno de indignación, me pedí una cerveza sin alcohol.

Una semana después ya no tomaba drogas duras y tras dos semanas dejé los porros también, yendo al CAP a pedir el tratamiento con pastillas para dejar el tabaco también. Total, que en dos meses estaba limpio de todo, animado por la ilusión de volver con mi pareja.

Lamentablemente después de conseguir su aceptación y retomar la relación (sintiéndome realizado) e ir al gimnasio para sanearme, comenzaron los problemas; su familia la rechazaba a causa de haber vuelto conmigo. Con todo el dolor de mi alma, tiré la toalla diciéndola que recuperase lo que había perdido por mi culpa, y que yo me sacrificaba para que al menos uno de los dos pudiera alcanzar la felicidad, que al menos me hiciese llegar la noticia de la aceptación de su familia y saber que había merecido la pena el esfuerzo. No fue así y aún sigo esperando.

Diecinueve meses después de estar limpio murió el perro –mi mejor amigo– y comencé la recaída. Empeoró día a día mi situación de cara al consumo, a consecuencia de la depresión tan profunda que me tocó vivir.

Fue de nuevo mi hija la que me “tiró de la oreja” convenciéndome de lo mal que estaba en mi dejadez general (alimentación, estado de ánimo, higiene personal y casera, aislamiento), para ir al centro Delta y pedir mi ingreso en Torribera pues tenía incluso pensamientos suicidas. Salí desintoxicado y comencé a fumar tabaco y algunos porros, que dejé a los diez días continuando con el tabaco seis meses más, hasta que volví a pedir el tratamiento. Me funcionó y lo conseguí de nuevo.

Por desgracia a los tres meses de haber salido de Torribera y haber dejado todos los vicios menos el tabaco, el hígado me dejó de funcionar. Por estar acostumbrado a tener que filtrar tantas toxinas que yo consumía diariamente, reaccionó con el reflejo pasivo de la inactividad. Debido a ello, no filtraba nada a los riñones y éstos a su vez no enviaban nada a la vejiga. En consecuencia hice retención de líquidos por no orinar. Comencé a hincharme, fui al CAP y me envió a Can Ruti en ambulancia por infección. Quedé allí ingresado al diagnosticarme principio de cirrosis y un carcinoma peri-anal. Afortunadamente comprobaron al extirparlo que no había hecho metástasis por detectarlo a tiempo.

Al tener hepatitis C me programaron para comenzar el tratamiento de seis meses con un medicamento. Me dieron el alta al cabo de un mes por haberme estabilizado y a los tres meses de espera empecé la medicación con la terapia combinada. Se comprobó que había reaccionado bien al tratamiento, habiendo bajado la carga viral de 1.011.167 u/l a tan sólo 86. Me quedan menos de dos meses para terminar con la medicación. Estoy yendo a terapia de grupo y asistiendo a las reuniones y trabajos hortenses semanales.

Juan Roda

Mi agradecimiento al colectivo AUPA’M y a la asociación Asaupam por haber estado y conseguido entre otras cosas, en la lucha reivindicativa para que el tratamiento para la hepatitis C y su medicación sea dispensado gratuitamente por la SS a los portadores. Asimismo al hospital Germans Trias i Pujol por el trato y la atención recibida.

 

 

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